Entrada libre; género, drogas y representación
Alcoholismo y drogas y su representación de género en los medios
Los cuentos que relata Lucía Berlin en Manual para mujeres de la limpieza escupen un tema al que, en nuestro día a día, quizá no le damos gran importancia pero que permanece con nosotros de manera latente: el consumo de forma compulsiva y enfermiza de sustancias nocivas y adictivas por parte del género femenino. Generalmente, el tema de la drogadicción se asocia con los hombres, cuando no se trata de algo excluyente en absoluto. Así, aprovechando el papel de vulnerabilidad que muestra Berlin en cuanto a las mujeres alcohólicas en su obra, vamos a aprovechar para trabajar en base a la visión de la drogadicción femenina en los medios y analizar algunos aspectos de estas miradas.
Desde la aparición del cine ya a principios del siglo XX y de la televisión a mediados de este, la representación de la mujer se ha reducido a tratar de establecer el prototipo de mujer ideal que pertenece a la casa y que únicamente gira en torno a los conceptos de la domesticidad, la familia, la unidad y la satisfacción del prójimo, especialmente del hombre. En las películas de Hollywood, las mujeres serían retratadas como un espectáculo y una proyección del deseo masculino, un cuerpo para mirar, un fetiche. Por lo tanto, la sexualidad de las mujeres se queda totalmente atrás puesto que su propia voluntad no importa sino que se le debe sumisión al hombre. Así, se crea una presión de género que provoca malestar en la mujer y sentimiento de culpa si se deshace del papel de ama de casa sumisa. Sin embargo, el cine evoluciona como consecuencia del desarrollo de las sociedades donde emergen movimientos feministas que tratan de liberar a la mujer que había quedado presa, al igual que lucha por romper con los roles de género permitiendo tanto a hombres como a mujeres experimentar su sexualidad para dejar de participar en esos estereotipos tóxicos que se han ido creando. Además, comienza a existir la representación de la mujer en contextos en los que sólo había cabida para los hombres como es el caso del consumo de drogas, aunque queden vestigios machistas. Estas nuevas olas feministas se trasladan al cine y alcanzan su auge en el periodo posmoderno, caracterizado por una generación de cineastas independientes que querían retratar todos los temas de la cotidianidad y su impacto social a través del arte, temas que han sido evitados por las grandes productoras (y a día de hoy, en muchas ocasiones, se siguen evitando). El tema de la droga resulta delicado pero aquellos que lo tratan han creado obras transgresoras. Este efecto se maximiza cuando los sujetos que consumen la droga, son mujeres.
Las mujeres somos sistemáticamente vulnerables en la sociedad heteropatriarcal que reina y que dicta las normas, de esta forma, si la mujer ya representa una figura en desventaja de por sí, su condición de drogadicta no va más que a maximizar sus dificultades y fortalecer su dependencia, su imposibilidad para emanciparse.
Para tratar casos distintos de la representación de mujeres y pivotar en base a casos concretos de personajes, vamos a ver cinco casos de figuras femeninas que se drogan, retratadas en cine y series, por orden cronológico de emisión. Para entender cuál ha sido su representación a lo largo del tiempo y comprobar si es verosímil.
Requiem for a dream (Aronofsky, 2000) con Marion y Sara
Marion y su adicción a los opioides van a hacerle presa del capitalismo y del mercado de la prostitución. Al principio parece que puede hacérselas para vivir sin drogarse, pero con el tiempo la adicción es mayor. Las drogas duras van a jugar con su identidad haciéndola convertirse en un objeto sexual, debido a su estado desesperado de necesitar el dinero para seguir comprando drogas. De esta manera, percibimos la situación de indefensión de las mujeres sobre los hombres, porque en esta película Harry (su novio) es el que le pide a Marion que se convierta en prostituta, aprovechándose de su vulnerabilidad y chantajeándola.
Por otro lado, vemos la situación de Sara (madre de Harry), una mujer mayor que vive sóla y cuyo deseo más anhelado es adelgazar para poder entrar en un vestido. Sara encuentra unas pastillas que prometen hacerte adelgazar de manera rápida y sin esfuerzo, de modo que la mujer comienza a consumirlas diariamente. Estas pastillas se vuelven una parte esencial en su rutina. Con los días, las píldoras (debido a que Sara cada vez consume dosis mayores) comienzan a provocar alucinaciones, haciendo creer a la anciana que su presentador de tele favorito quiere invitarla al programa e incluso que la nevera (que se mantiene vacía para no tentarse a comer nada y así, poder alcanzar su cuerpo soñado) se dirige hacia ella y le habla.
Si nos fijamos, en el primer caso la situación de dependencia a la droga y la presión por parte su novio es lo que le hace que Marion tenga que sexualizarse y vender su cuerpo. En el segundo, son los estereotipos y la presión social que recibe Sara debido a toda la telebasura que consume lo que provoca en ella la búsqueda de un método fácil para poder encajar en esos cánones de belleza que se le exigen para su edad, creando en ella una adicción por las pastillas.
Aída (G. Velilla, 2005-2014) con Aída
Aída resulta patrimonio cultural español por ser una de las series que más se ha visto en el país debido, no sólo a su capacidad de entretener y de hacer reír sino a nivel de identificación que alcanza la audiencia con sus personajes. Aída muestra personajes con perfiles comunes de los barrios obreros de Madrid caracterizados de forma paródica y con un humor exagerado. Sin embargo, retrata situaciones bastante comunes y relatables que puede haber vivido perfectamente un ciudadano medio español, donde se puede ver reflejado.
En el caso de Aída, la protagonista, va a encarnar a una ama de casa que tiene problemas con el alcohol. Aída es representada como una mujer descuidada, poco atractiva, bruta y barriobajera. Incluso acaba en prisión por el asesinato del marido de su hija (quien abusaba de ella). En definitiva, vemos a una mujer perdida y rechazada sexualmente por los hombres, que no tiene grandes metas en la vida y parece que nunca llega a realizarse como mujer. Quizá por su adicción a la bebida y a su incumplimiento de los estándares femeninos. Tampoco es la mejor madre, es bastante descuidada y como consecuencia, sus hijos no son como ella desearía por esa ausencia de la figura materna durante su infancia. Vemos que ella como mujer es responsable del fracaso de sus hijos, culpabilizándola y reduciendo el problema de la adicción al “ser mala madre”.
Euphoria (Levinson, 2019-2022) con Rue.
Parece que esta serie también ha sido un éxito sobre todo entre la audiencia joven debido a su estética y trama de adolescentes estadounidenses enfocado al consumo de drogas. Rue es una adolescente menor de edad que consume drogas desde los 15 debido a la muerte de su padre. Su consumo está impulsado por el trauma y a modo de evasión del dolor que vive por la pérdida de su gran referente.
Rue aparece como una chica huraña, descuidada, poco femenina e introvertida. Su carácter y la crudeza de la situación que Rue vive en casa provoca en el espectador una repulsión inmediata por el personaje al ser tan autodestructivo y tóxico para la gente que le rodea. Además, aunque la serie se caracteriza por el uso de colores brillantes y neones para representar ese estado momentáneo de euforia que la droga produce, también hay una representación oscura, cruda y estremecedora que pone en contraste los efectos de la drogadicción. Podríamos decir que muestra aspectos rompedores de la representación de género, como que no se le exige cumplir unos estándares como mujer sino como persona con hábitos saludables y que es mediante la representación de escenas duras que esta serie no romantiza el consumo de drogas.
Ama (De Paz, 2021) con Pepa.
La primera y última directora femenina en esta lista de obras audiovisuales. Julia de Paz trabaja por conseguir una película bastante dura donde vemos cómo Pepa se las apaña para sacar adelante a su hija con una adicción muy fuerte a la cocaína.
Contemplamos a Pepa como una mujer irresponsable que está perturbando el crecimiento y la educación de su niña por estar metida todo el día en trapicheos y por no tener el dinero suficiente para darle una vida estable. Una vez más, la mujer no está cumpliendo el papel de madre que socialmente se exige, lo que genera en el espectador rechazo hacia ella y pena por su hija. Sin embargo, conforme va avanzando la película, conseguimos identificarnos con Pepa porque se nos muestra las cosas por las que ha vivido y todas las situaciones que tiene que afrontar en el día a día para sacar a su hija adelante. Finalmente dejamos de juzgar a la mujer y pasamos a estar de su lado, pues la representación de su personaje no se basa en la culpabilización sino en la identificación y el entendimiento de las realidades distintas a la tuya, como espectador que seguramente esté limpio y tenga unos ingresos más o menos regulares con una vida relativamente estable.
Como hemos visto, tenemos cinco representaciones distintas pero con algunos elementos en común, como la situación de vulnerabilidad extrema que sufren las mujeres no por el hecho de drogarse sino de de drogarse siendo mujeres y en algunos casos, si se es madre, sus deberes socialmente son mucho más exigentes. En algunos casos la mujer tiene que recurrir a la venta de su cuerpo y su sexualización, al robo y a la delincuencia o a descuidar de su descendencia e incluso de sí misma; en la mayoría, las mujeres quedan apartadas por no cumplir unos cánones, lo que hace que el consumo se vuelva circular y nunca termine. Podríamos decir que en los cinco casos logramos llegar a empatizar con ellas y a ponernos de su parte, porque se muestran vulnerables, indefensas y sus motivos no son despiadados sino psicológicos o incluso médicos. Es importante que haya una representación donde se conciencie a la audiencia de lo peligrosa que es la droga pero también de que la adicción es una enfermedad y no hay que abusar o apartar/despreciar a las mujeres víctimas sino comenzar a entender y a familiarizarse con el problema para dejar de juzgar la feminidad de las mujeres, su voluntad o su papel como madres.
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