Entrada guiada, La casa de la fuerza de Angélica Lidell

Sexo, dolor y género

La casa de la fuerza se trata de una obra de teatro posdramático que habla sobre violencia sin escrúpulos, una violencia que se vertebra en base al sexo y que sistemáticamente es de género. Angélica Lidell decide tratarla mediante las descripciones explícitas y los testimonios crudos de mujeres víctimas para exponer la cantidad de formas que la violencia de género puede adoptar y cómo de duras son cada una de ellas. El hecho de que se trate de una obra posdramática va a ser determinante a la hora de presentar una narrativa impactante y novedosa, que no presenta un hilo conductor jerarquizado y que rompiendo los esquemas del teatro más clásico, es capaz de estremecer al espectador. Además, permite conocer cómo la autora interpreta las relaciones sexuales hetero normativas como una cuestión de fuerza según su experienca sociocultural, y la de muchas mujeres. 

En una entrevista a Angélica Liddell sobre su obra, esta explica que las personas somos pura vulnerabilidad y que es esta condición la que más humanos nos hace. En la línea de esta reflexión, es innegable que, aunque todos en el interior somos frágiles, hay colectivos que ya no en el interior ni en la sensibilidad, sino que socialmente son vistos y considerados vulnerables por los otros. En el caso de La casa de la fuerza, la mujer es el sujeto vulnerable por excelencia y el sujeto que va a recibir la violencia de forma casi matemática. La autora decide representar esta realidad utilizando a distintas mujeres en distintas circunstancias y así entender cómo la violencia se aplica como forma de poder. Como se ha mencionado antes, el sexo es un tema muy importante en la obra; ¿por qué? Angélica decide introducir el tema del sexo en numerosas ocasiones y a partir de este, presentar los esquemas de violencia que tanta relación guardan con mantener relaciones. Además, el sexo va a suponer un indicador de trauma y va a desvelar ciertos comportamientos de las mujeres que han sido víctimas. 

Para Angélica, las experiencias previas en relaciones han causado un trauma en su conducta, porque no sólo han sido relaciones de abuso sino situaciones en las que la mujer se ha enamorado de su agresor, entrando en un bucle de violencia del que no se puede escapar por miedo o por un sentimiento de falso amor, de dependencia. 

Este tipo de comportamiento se puede apreciar en dos elementos clave de la obra: en primer lugar, el momento en el que practica sexo virtual con desconocidos y les pide que no se les vea la cara. Así apreciamos que, en sus relaciones sexuales previas, ha sufrido una fuerte identificación con el hombre y ha acabado enamorándose, creando un vínculo afectivo difícil de romper; de esta forma, como un miedo irracional a volver a enamorarse de alguien tan mísero como un hombre (basado en sus experiencias), va a acudir al sexo que únicamente implique lo genital, sin sentimientos, ni muecas, ni empatía, sólo el placer de lo desconocido y lo efímero. Por otro lado, este trauma se observa en la práctica constante del ejercicio físico de forma casi enfermiza. A lo largo de todo el drama, su personaje va a ocultar y olvidarse de su desdicha en el gimnasio y en hacer ejercicio para ponerse fuerte. Pero este ejercicio no se hace sólo para estar un par de horas, o de minutos, sin sentir y sin desear a nadie, sino que resulta ser una práctica que contribuye a la idea de la fuerza y de la violencia. La mujer es agredida y su respuesta es impasible; sin embargo, la rabia contenida y el odio por el abusador se va a convertir en energía para ejercitarse y sentir algo de poder al desarrollar su capacidad física. Quizá sea el único lugar donde la mujer sienta algo de voluntad y dominio. 

Parece que no hay cabida para las relaciones sanas en la obra, pues todo lo que implique sexo lleva violencia adherida, quizá porque Angélica quiere representar como las mujeres son sometidas y violadas de forma que nunca han podido disfrutar del sexo, sino que ha supuesto un castigo para ellas. Sexo como condena y no como algo placentero.

De esta forma, la representación del sexo se muestra como algo traumático y violento, tanto que genera una sensación de rechazo y de asco. El amor, que tan relacionado está con el sexo en las relaciones de pareja, se torna feo y sucio, repulsivo. Angélica consigue crear un sentimiento de desasosiego que ayuda a posicionarse en el lugar de las víctimas y entender el trauma y el peso que conlleva haber sufrido agresiones, abusos y relaciones tóxicas. Este es un rasgo claro del teatro posdramático en la obra ya que el espectador no puede permanecer indiferente, termina involucrándose y haciéndose partícipe de lo que es el contenido.

Tanto es el dolor que sienten estas mujeres, que este mismo se lleva a lo máximo y se exagera, llegando a compararlo con situaciones humanas catastróficas como es la guerra en Palestina. Angélica explica, que le da igual la guerra y los muertos que esta produce, pues su sufrimiento es tan fuerte que decide no empatizar con el dolor ajeno, sobre todo si pertenece a una multitud, pues da la sensación de que no hay personas detrás de los números de heridos y de muertos, no se llega a empatizar con la situación. Sin embargo, este comportamiento también está penalizado por el hombre, figura que va a invalidar completamente el dolor sentimental y emocional y va a dotar de más importancia a las cuestiones sociales, las que impliquen dolor físico y quién sabe, quizá económico (por los estragos que pueda causar una guerra).

Así, vemos el carácter individualista de este tipo de teatro en el que se enaltece el sentimiento y dolor propio y en contraste, lo social o lo que envuelve al conjunto, queda relegado a un segundo plano. Lo sentimental prima aquí, y sin esa construcción de dolor no podría generar esta obra el impacto y la desazón producidos por la realidad de la violencia de género.


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